Una campaña que cumple 15 años
- Ezequiel Dello Russo

- 18 oct
- 3 Min. de lectura


Hace quince años, en Italia, junto a la reconocida fotógrafa Cristina Vatielli (https://www.cristinavatielli.com) y un grupo de voluntarios comprometidos, llevamos adelante una campaña fotográfica pionera cuyo propósito era sensibilizar a la población sobre los daños físicos y emocionales causados por el uso del collar de ahorque.
La iniciativa también buscaba promover el uso del arnés, una herramienta respetuosa con la anatomía del perro, y difundir la prohibición por ley del uso de collares coercitivos que ya se aplicaba en varios países europeos.
A través de imágenes potentes y realistas, la campaña invitaba a reflexionar sobre algo que durante décadas se había normalizado: el control del perro a través del dolor y la sumisión. La fotografía, en este caso, se convirtió en una forma de denuncia y educación. El mensaje era claro: no hay necesidad de causar daño para convivir con un perro.
Las consecuencias físicas del control y la mala postura
Durante años, se creyó que un perro que “se adapta” a un collar o a un método de control físico no sufre. Sin embargo, la evidencia científica y la práctica clínica en fisioterapia y osteopatía animal demuestran lo contrario: la adaptación no es equilibrio.
El cuerpo del perro tiene una capacidad impresionante para compensar, pero cada compensación tiene un precio. Los collares de ahorque, los tirones, los golpes o las tensiones posturales derivadas de un mal equipamiento de paseo provocan un desgaste silencioso que, con el tiempo, se traduce en lesiones y dolor crónico.
🔹 Sobrecargas musculares y articulares
Un tirón de correa puede parecer inofensivo, pero genera microtraumatismos en músculos, tendones y ligamentos, especialmente en el cuello, la base del cráneo y las vértebras cervicales. Con el uso continuado del collar, estas microlesiones se acumulan, provocando tensiones fasciales, pérdida de movilidad y, en algunos casos, compresión de nervios y alteraciones en la marcha.
🔹 Alteraciones en la fascia y pérdida de elasticidad
La fascia, ese tejido conectivo que recubre todo el cuerpo, transmite las fuerzas de movimiento. Cuando un perro es sometido a tracciones o tensiones repetidas, la fascia se densifica y pierde elasticidad, limitando el movimiento natural. Esto se traduce en rigidez, pérdida de coordinación y desequilibrios musculares que afectan directamente al bienestar general.
🔹 Efectos del dolor silencioso
Muchos perros no expresan su dolor de manera evidente. Por instinto, lo ocultan para no mostrarse vulnerables, lo que ha llevado a una peligrosa creencia: “si no se queja, no le duele”. En realidad, el dolor crónico altera la conducta, el metabolismo y el sistema nervioso, generando ansiedad, apatía, agresividad o miedo. Un perro que tira de la correa no siempre es un perro “mal educado”: puede estar defendiéndose del dolor o del malestar físico que el collar le produce.
🔹 Consecuencias a largo plazo
El efecto acumulativo de años de tensión cervical, tracción brusca o mala postura genera patologías muy concretas:
Hernias discales y artrosis tempranas.
Luxaciones y roturas de ligamentos cruzados.
Disfunciones fasciales y pérdida de propiocepción (conciencia corporal).
Dolores referidos en hombros, mandíbula o zona lumbar.

La postura cuenta la historia del cuerpo
La postura y la marcha de un perro revelan cómo se ha adaptado a su entorno, a su equipo y a sus experiencias. Un perro que ha sido controlado con dolor no solo presenta rigidez física, sino también una alteración emocional profunda: tensión constante, miedo al movimiento y desconfianza.
Por eso, el trabajo postural, la educación y el uso de herramientas adecuadas —como los arneses en forma de “Y” o “H” que respetan la escápula y permiten libertad de movimiento— no son simples decisiones de equipamiento: son actos de bienestar y respeto.
La responsabilidad de mirar diferente
La campaña con Cristina Vatielli no solo denunció una práctica dañina, sino que propuso una nueva forma de mirar.Mirar a los perros como seres con cuerpo, emoción y conciencia, capaces de sentir dolor y placer, tensión y alivio. Hoy, quince años después, el mensaje sigue vigente: educar no es controlar, es acompañar.
Cada arnés bien elegido, cada paseo sin tirones, cada tutor que aprende a observar el movimiento y el gesto de su perro, contribuye a un cambio profundo. Porque la verdadera educación no se mide por la obediencia, sino por el bienestar compartido.

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